mayo 25, 2006
Atravesó una puerta roja, recorrió un largo pasillo de sillones roídos por el tiempo y llegó hasta una puerta de color verde pistacho. Llamó tímidamente aunque, en realidad, nunca quiso entrar en aquella aula oscura. Sin que ni siquiera hubiera pronunciado una palabra, una flauta empezó a sonar. Por un momento se sintió como una serpiente de Arabia, atrapado por el hipnótico sonido de ese instrumento de color gris. A pesar del encantamiento pasajero se mantuvo firme en sus convicciones. No es tan fácil engañar a un niño con un caramelo. Y es que, aunque su madre quisiera convencerlo para que tocara la flauta, lo que a él le gustaba era tocar el piano.