Cuéntame un cuento que me pongo contento
Esta imagen idílica que hace unos años tenía un servidor sobre el mundo de los cuentos quedó desmentida por la lectura de un libro sobre historia de la comunicación. Allí descubrí que en la oscura Edad Media los cuentos no tenían finales felices, eran tenebrosos y violentos. De esta manera los padres iban concienciando a sus retoños del decepcionante y duro mundo que les había tocado vivir. Ogros, dragones, trolls no eran sino el paralelo literario de violadores, ladrones, asesinos o, por qué no, señores feudales represivos.
Claro que los siglos han pasado y la sociedad occidental ha cambiado. En las últimas décadas del siglo XX se ha afianzado el consumismo, la clase media, los electrodomésticos, los televisores panorámicos, las consolas de última generación, Zara, la comida basura, la industria cultural, el poder invisible.
Paralelo a estos veloces cambios el concepto de cuento cambió. Poco a poco los papás y mamás dejaron de transmitir a su descendencia cuentos a viva voz, y es que la demanda de cuentacuentos y trovadores calló en picado en cuanto aparecieron las películas Disney y los dibujos de la televisión. Estas historias animadas ya no eran violentas sino presuntamente inocentes, optimistas y con un final feliz…una fábrica de sueños, un mundo ideal, como reza
Sin embargo, el escritor Henry A. Giroux en su libro “El ratoncito feroz” se cuestiona la falta de ideología de Disney. Tras el análisis de algunas películas de esta multinacional, el autor constata que “tras la ilusión y la fantasía hay una determinada realidad tendenciosa, concebida contra toda crítica o alternativa socialmente posible y que intenta neutralizar los conflictos sociales latentes entre clases, culturas y géneros”. O dicho en castellano, el autor defiende que
Es cierto que esta afirmación suena paranoica pero si hacemos un repaso por las últimas películas de Disney, quizás tengamos que darle la razón al tal Giroux. Por ejemplo, en el boom El Rey León el protagonista, Simba, es capaz de matar por hacerse con el poder en un reino cuya estructura, que es antidemocrática, es considera como una ley “natural” (el rey tiene que ser el león). Giroux se pregunta si este mundo natural tiene algún posible correlato social real.
En Aladdín,
Sería cínico por mi parte ponerme ahora en contra de
Como por ejemplo las dirigidas en los estudios Ghibli en Japón con Miyazaki y Takahata como representantes. Obras tan originales e imaginativas que difícilmente Terry William, David Lynch, Tim Burton o Jean Pierre Jeunet podrían traducir en imágenes no animadas.
Piratas bondadosos, islas que flotan en el cielo, balnearios poblados por espíritus, trenes que navegan por encima del agua pueblan estas historias. Los protagonistas de estas delicias visuales suelen ser niñas y niños de familias humildes que ante circunstancias muy adversas e injustas, deben madurar y comportarse como adultos. Viajes personales en busca de un objetivo que no es la fama ni el dinero sino el amor de una madre enferma, recuperar a unos padres que han sido transformados en cerdos, conseguir que tu hermana pequeña sobreviva mientras que los aviones bombardean tu ciudad…
El ecologismo en Mi vecino Totoro, el antibelicismo en Porco Rosso, la infravaloración del poder y el dinero respecto al valiosísimo valor de la amistad en El Castillo en el cielo son los valores más a la vista de estas películas japonesas para niños y adultos. Mención especial necesita la dura película La tumba de las luciérnagas que relata la agonía de una familia rota por
En estos cuentos novedosos, aunque prime el optimismo y la fantasía, se invita a los niños a ser conscientes de que este no es un mundo ideal, de que existen las injusticias, de que la guerra es un crimen, de que hay que ser respetuosos con la naturaleza y de que el dinero no da la felicidad. Un mensaje alejado del conformismo y el consumismo con el que concienciar a las nuevas generaciones.
En este día del libro recomendamos el necesario ciclo de cine manga japonés pero, si puede ser, lo mejor que podéis hacer es apagar la televisión y leer. Michael Ende, Hoffman, Grimm, Verne…Así recuperaremos la imaginación y los sueños, los tesoros más preciados de los cuales los niños perdidos de antiguas civilizaciones fueron dueños una vez.
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