abril 23, 2006

Libros de chocolate

Un estribillo casi universal ha pervivido desde los tiempos de las cavernas: “hijo, como no te comas las verduras no vas a crecer”. Esta efectiva amenaza era un arma que los niños, ingenuos pero ingeniosos, utilizábamos contra nuestra madre. Por ejemplo, si el pan con Nocilla nos ayudaba a crecer -lo decía la tele- mamá no podía negarnos un pedazo de cielo al día. Ese era uno de los placeres de la infancia, como también lo era el juego del escondite, los dibujos animados y leer. Sí, leer. Y es que los niños, por naturaleza, no entienden de racionalidad. Los surrealistas los envidiaban por su libertad y por la curiosidad que sienten ante lo desconocido; lo mismo que se acercan a un perro rabioso, que se sienten atraídos por el libro, ése al que aborrecen los jóvenes de hoy.

No se lee nada en comparación con lo que se debería, lo siento chicos, soy de los malos. Pero, atentos, creo que no tenéis toda la culpa. Padres y profesores tienen que entender que estos jóvenes han crecido en la era de las consolas, la televisión digital e Internet, además, no hay que olvidar que están en una edad aviar. Es decir, no han dejado de ser niños y todavía están lejos de la adultez. La razón y el inconsciente luchan en su cabeza, el bien y el mal, lo objetivo y el prejuicio. Al final se produce un empate indeterminado, los jóvenes saben que se debe leer, pero mientras lo digan los adultos, con su autoridad, más vale relajar el alma con otros entretenimientos. Al final de esta etapa combulsa, todos llegaremos a la madurez, unos más tarde que otros, ¡qué rabia da! Ahora tendremos que preguntarnos ¿dónde vamos?, ¿de dónde venimos?, ¿iglesia o juzgado?, ¿Marbella o Benidorm? Esta exploración del “yo”, profunda, choca con la pura razón, con la consciencia activista. Un publicista llamado Pepito Grillo que nos convence para hacer deporte, estar sanos. Pero lo mejor es que repite una frase que siempre estuvo allí pero que nunca nos conquistó: leer es tan importante como comer. Y es que, hasta entonces, la voz de la obligación y las malas maneras tuvieron un ejército más grande, más fuerte, que ofuscaron a ese grillo que llevaba toda la razón.

El problema de que no se lea es, ese, la obligación. No sirve para nada porque los jóvenes de ahora, los hijos de Internet, conocen mejor que el profesor los trucos de estos tiempos. ¿Qué soluciones propongo? No soy ni profesor, ni padre, ni psicoanalista pero se me ocurre regalar las obras de Góngora en McDonals y a Quevedo en Burguer King. Se podrían reescribir obras clásicas, así tendríamos “Las aventuras de Harry Quijotter y Sancho Panza” o “Cinco horas con David Bisbal”. Estas son soluciones maquiavélicas, lo sé, pero me sirven de pretexto para mi conclusión. Hay que acercar el libro a los jóvenes, confundir la razón con lo inexplicable, engañar a los prejuicios y ligar el deber con el placer. Si la Nocilla nos ayudó a crecer, habrá que inventar los libros de chocolate.